Los nacionalistas contemporáneos imaginan las naciones como sujetos colectivos dotados de sentimientos, derechos, voluntad y dignidad. Solo se puede pertenecer a una, son dueñas de un territorio y sus rasgos comunes se mantienen en el tiempo.
Las primeras naciones europeas fueron el resultado de la necesidad de clasificar a las personas según su origen (la etimología de natio se asocia a “nacimiento”). Por ejemplo, en la Edad Media había naciones eclesiásticas en los concilios o naciones de estudiantes en las universidades. Su manera de expresar procedencia era amplia y flexible. A veces el término podía usarse también con ciudades (“milanés de nación”) o con razas y religiones (“de nación judía”, “negro de nación”).
Durante la Edad Moderna (siglos XV-XVIII), el significado de nación se va concretando en territorios más definidos y rasgos psicológicos colectivos (lo que en la época se llamaban “caracteres nacionales”). Incluso se vincula a estructuras políticas existentes (por ejemplo, “francés” con la monarquía de Francia).
Por lo tanto, la nación como sujeto colectivo no fue una creación de los revolucionarios liberales. El verdadero cambio, ciertamente revolucionario para el momento, fue asociar nación con soberanía. De esta forma, la voluntad de la nación se convirtió en el origen del legítimo poder político. La asamblea de los ciudadanos (o sus representantes) se constituía así en creadora de derecho.